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Mis primeros meses en Cántaro Azul

Bruno Alexis Hernández Camacho


¿Recuerdas la primera vez que viste tu película favorita? Ese entusiasmo de descubrir cómo se iba desarrollando la historia que te cautivaba, cómo se resolvía el conflicto, y esa sensación de “primera vez” que, de alguna manera, todos quisiéramos volver a vivir. Lo mismo sucede con otros momentos clave en nuestras vidas: la primera salida sola fuera de nuestro estado, el primer salario, el primer año en la universidad… Son experiencias que atesoramos y que a menudo no valoramos en su totalidad hasta que pasa el tiempo. Nos damos cuenta, a posteriori, de lo que realmente significaron. Por eso, en esta primera intervención en la gaceta, quiero hacer un pequeño análisis de esas "primeras veces" que viví en Cántaro Azul, con la esperanza de que también les inspire a ustedes a reflexionar sobre sus propios inicios en la organización. Y ya con un cafecito en mano, espero que me cuenten cómo fueron sus primeros meses aquí.


Yo llegué en invierno, y lo menciono porque, siendo tuxtleco de toda la vida, el frío fue un verdadero desafío. Viví 26 años bajo el calor de la región, y aquellos primeros días de diciembre en San Cristóbal fueron una verdadera prueba. Contrariamente a las bajas temperaturas registradas en los termómetros de San Cristóbal, me encontré con una cálida bienvenida por parte de las y los compañeros de Cántaro Azul. Y yo sé que fue calidad porque siendo una persona que me cuesta relacionarme con los demás después de unas semanas ya podía entablar conversaciones más profundas con algunas personas. Recuerdo también que entre las primeras actividades de integración que tuvimos en mi círculo fue una comida, donde me pude sentar a escuchar a personas con un amplio conocimiento no solo del agua si no de las ciencias ambientales. Y, como niño en juguetería, me maravillaba con cada reflexión que compartían. Y uno de ellos me dijo: “Tu cara de felicidad dice que estás disfrutando mucho la plática”.


Conocí a Cántaro Azul hace más de siete años, y desde ese primer encuentro supe que la misión y los valores de la organización no eran solo palabras en un documento; se reflejaban en las decisiones diarias que tomaban. Recuerdo un proyecto en el que estábamos buscando una solución para una comunidad en el Cañón del Sumidero. Habíamos considerado comprar algunas Mesitas Azules como opción, pero la respuesta de Cántaro fue clara: “Busquemos una solución que no genere más desigualdades, porque si solo compramos algunas mesitas, no vamos a cubrir todas las casas de la comunidad”. Después de eso, alguien del equipo operativo me comentó que los recursos de viáticos no se podían utilizar para comprar refrescos, una decisión que al momento me pareció muy particular pero totalmente alineada con la búsqueda de dejar de fortalecer a aquellos que ven al agua como una mercancía y no como un derecho al cual todos tenemos que acceder. Al llegar aquí vi lo que para otras organizaciones sería impensable en sus oficinas ¡UN BAÑO SECO DE CUBETA!, empezar desde casa es algo que a muchos nos cuesta, pero creo que es una decisión bastante buena ya que parte del principio de enseñar a través del ejemplo.


También recuerdo la primera plática que tuve con Sophie donde ampliamente me explicó el rol que juegan las Organizaciones de la sociedad civil y la importancia de su existencia en un país donde el Estado se había venido reduciendo y a nivel local casi no se tiene intervención de este. Creo que la decisión de trabajar en una Sociedad Civil para muchos de nosotros ha venido por la necesidad de que nuestro día a día pueda contribuir a cambiar el mundo que habitamos, esta decisión no solo trae una satisfacción personal y un sentido de estar cambiando las cosas, sino que también muchas veces trae frustración porque los cambios no suceden de la noche a la mañana y las decisiones muchas veces de las organizaciones no concuerdan con nuestra visión de ruta para logar los objetivos. Trabajar en sociedad civil es un constante de sentimientos ambivalentes por los logros y los no tan logros que vivimos.


Sin embargo, estos primeros meses en Cántaro Azul, me hicieron recordar las cosas positivas de trabajar en sociedad civil, donde vemos un sector crítico, un sector enfocado a generar un impacto, un lugar donde repensamos el trabajo y priorizamos los procesos de cuidad, ver a una organización donde haya un espacio para las infancias reconoce que no solo somos trabajadores si no que también somos o podemos ser papás o mamás. Y más allá de que este artículo trate de romantizar al sector o a la misma organización busca incentivar procesos de reflexión y de hacernos recordar aquellas cosas por las que decidimos trabajar en sociedad civil. Hoy agradezco mucho que estos primeros meses me hayan recordado las buenas cosas de trabajar en sociedad civil y por supuesto espero que me llenen de baterías para los retos que se que se presentarán en el futuro.

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